“De lo que no se puede hablar hay que
callar”; así lo expresa L. Wittgenstein en su Prólogo al Tractatus Logico- Philosophicus, constituyendo al lenguaje como
expresión de los pensamientos y siendo también el origen de los problemas
filosóficos, que surgen de no haber entendido esta sentencia y el orden
específico del lenguaje en el que se mueven.
El objetivo de este ensayo no es otro
que el de demostrar cómo influye el lenguaje en nuestra vida cotidiana, cómo
nos invita a pensar de una u otra forma, cómo nos lleva a actuar. Pensemos, por
ejemplo, en el lenguaje político o de las revistas de corazón, o de los
telediarios, o también, por qué no, el que usamos diariamente en las redes
sociales o de mensajería instantánea. El modo en el que la información nos
llega nos hace actuar de un determinado modo con una actitud concreta.
En primer lugar, nos encontramos con
el lenguaje político como gran influencia en la sociedad gracias al uso que
hace de las palabras. A la política, un concepto que le interesa es el de
“eufemismo”, que se define, según la Real Academia Española, como
“manifestación suave o decorosa de ideas cuya recta y franca expresión sería
dura o malsonante”. Mediante los eufemismos, se pretende suavizar la realidad,
pero en el lenguaje de los políticos conlleva, por desgracia, encubrir
aspectos del mundo en que vivimos y por el que tienen que velar. De este modo,
a la crisis se la llama “crecimiento negativo” o “desaceleración transitoria”;
a la emigración forzosa de jóvenes en busca de oportunidades, “movilidad
exterior”; a los recortes, “reestructuración” y, entre muchos otros, se toma a
los ajustes económicos como “medidas de ahorro”. Es sorprendente cómo una única
realidad puede ser nombrada con términos que poco tienen que ver con ella. ¿No
llama la atención?
También se podría hablar de la prensa
rosa y de cómo ésta tergiversa una misma realidad para darle completamente la
vuelta. El lenguaje en este contexto serviría para adornar una noticia que en
sí misma no tiene más importancia para llamar la atención del público. Si tal
famoso se ha ido a comprar el periódico al quiosco de la esquina no interesa
como noticia, pero si, en lugar de decir eso, se describe que esa acción se ha
llevado a cabo porque en la cafetería vecina al quiosco le esperaba una antigua
novia, esa noticia, sea o no verdadera, ya ha captado la atención y ha logrado,
con el lenguaje, una concepción determinada sobre su protagonista.
Somos altamente influenciables, y eso
se ve también, por ejemplo, en los telediarios y periódicos, que, teniendo como
misión explicar hechos de manera objetiva, juegan con los términos para
encauzar la noticia hacia el lugar que les conviene. De este modo, de aquellas
manifestaciones ciudadanas cuya ideología no comparten, dirán que había “algún centenar”
cuando en realidad hayan asistido casi un millar de ciudadanos. También se ve
en el modo de anunciar una medida política, ya que, según el lenguaje que
utilizan, pueden hacer que uno esté a favor o en contra. Y ejemplos así se
podrían contar muchos más.
¿Y qué decir de nuestros propios
medios de comunicación? Una palabra, una
frase o la ausencia de emoticonos en whatsapp pueden hacer que nuestro estado
de ánimo pase de la euforia al desánimo en el momento en que las vemos
plasmadas en la pantalla. Cómo un “adiós” escrito sin exclamaciones y sin una
carita que lo acompañe no nos causa buena impresión, o un “¡buenos días!” nos hace
ver el día con ojos nuevos y empezarlo con una sonrisa.

El lenguaje, tal y como se ha visto,
influye en nuestro modo de ver la realidad, en nuestra forma de enfrentarnos a
los hechos. Es por eso por lo que, aunque en ocasiones va bien que se suavicen los
términos, éstos siempre tienen que estar referidos a la verdad y no han de
pretender encubrirla. Otro ejemplo: si a un empresario que tiene que
desenvolverse en esta crisis económica le plantean la situación como “una
catástrofe” como “un problema de difícil solución”, a duras penas podrá
sobreponerse y buscar una solución. En cambio, si la misma situación se expone
como “un reto que conllevará esfuerzo pero valdrá la pena”, será más fácil que
provoque una reacción optimista y que se sobreponga a las dificultades. Es una
verdad objetiva que perfecciona al agente gracias al lenguaje y no al revés,
como muchas veces ocurre en los ámbitos expuestos anteriormente.
Para concluir me gustaría volver a la
frase de Wittgenstein: “de lo que no se puede hablar hay que callar”, ya que,
en relación con el tema que nos ocupa, podría interpretarse como la exhortación
a hablar solamente de aquello referido a la realidad, al mundo que nos rodea, y
no andarnos con segundas intenciones si éstas no sirven para perfeccionar al
propio sujeto.