domingo, 6 de abril de 2014

LA VERDAD EN ENTREDICHO



Si le preguntamos a alguien qué entiende por “verdad”, lo más probable es que conteste que es un concepto demasiado abstracto que se concreta en cada situación según el punto de vista con el que se mire. He aquí el problema contra el que tiene que luchar la filosofía, que, como “amor a la sabiduría”, tiene que defender la búsqueda de aquello a lo que dicha sabiduría tiende: la verdad.


Puede sonar a ideal el afirmar que existe una verdad objetiva en cada caso, que es la que se identifica con la realidad en sí, ya que hay una gran diversidad de culturas y de puntos de vista sobre cada hecho y tienen que darse por válidas todas las opiniones para no caer en la intolerancia. Pero hay una salida que ofrece este respeto que se busca sin caer en el relativismo escéptico: el pluralismo epistemológico, que consiste en enfocar los problemas y las cosas desde distintas facetas, no para no llegar una respuesta concreta, sino para unificar todos los ángulos de visión y poder progresar y aumentar nuestra visión del ser humano y del mundo. No se trataría entonces de mirar las cosas por un cristal diferente sino de, por poner un ejemplo, subir a un monte y ver toda la inmensidad de golpe, de aumentar el campo de visión. Porque es cierto que a veces cuesta subir a esa montaña y ver las cosas tal como son, pero no por eso hay que negar que existan ni la montaña ni lo que se ve desde ella.


¿Y cómo aplicar esto a la vida cotidiana, en la que no hay tiempo ni medios para contemplar la realidad como es en sí misma?


Como seres humanos y, por tanto, racionales, tenemos un conocimiento que absorbe aquello que recibe y que aspira a un saber mayor, que no está tranquilo si se estanca y que necesita apoyarse sobre una base sólida para saber que camina sobre un puente que no se derrumba. Este fundamento es la verdad, a la que siempre, queramos o no, se quiere llegar por estar nuestra racionalidad dirigida a ella. Es por eso que las ciencias han progresado tanto, ya que siempre buscamos seguridad; de este modo, nos fiamos de la teoría del Big Bang aunque no hayamos sido nosotros los que la han estudiado sino unos físicos muy especializados, ¿y por qué? Porque nos produce tranquilidad el saber cómo se ha formado lo que conocemos. Y como éste, muchos ejemplos, como en los campos de la medicina, química… todos ellos buscando una respuesta a la realidad que contemplan, a la que quieren sacar jugo para formular sus teorías.


Hasta aquí la demostración de que el ser humano necesita ubicarse y entender aquello que le rodea, pero solamente hemos hablado del ámbito científico, en el que hay una confianza que descarta la verdad que más nos incumbe y nos hace ser más personas: la verdad ética. En efecto, cuando se trata de rebatir en contra o a favor de una acción, no estamos tan seguros de poder dar una respuesta firme, ya que nos parecen todas igualmente válidas. ¿Quiénes somos nosotros para decirle a alguien que no tiene razón? Si alguna vez hemos actuado acorde a esta pregunta es que no hemos enfocado bien el problema. Significará que hemos entendido a la persona como algo privado y encerrado en sí mismo, que tiene ideas propias autoformadas y al que sería una falta de tolerancia corregir, cuando, en realidad, cada día se demuestra que la persona no puede vivir sin nadie al lado, que no puede estar en el mundo sin comunicarse con alguien, sin expresar aquello que piensa o desea. El hombre es, entonces, social por naturaleza, que necesita de los demás para nutrirse racionalmente, para crecer en aquello que le es propio: en conocimiento y virtudes, ya  ambas facetas son las que más le distinguen del resto de animales. De este modo, mediante el diálogo, mediante la comunicación, cada uno expresa lo que tiene dentro y se nutre de lo que otros aportan, ya que nuestra falibilidad es patente y no podemos conocerlo todo sobre todo. Y lo mismo ocurre con las cuestiones referentes a nuestras acciones: necesariamente juzgamos las acciones propias y ajenas mediante cánones objetivos, y sería impensable que ocurriera lo contrario, ya que sino sería imposible actuar dos veces del mismo modo, ya que daría igual si aquello es bueno o malo, o daría igual matar a un inocente, ya que tampoco se podría decir a ciencia cierta que aquello está mal.


Actuamos, como se ha visto, mediante juicios, que se adhieren a la verdad de las cosas y no pueden descansar en la contradicción, en un cambio constante de parecer, ya que dichos juicios son fruto de nuestro conocimiento, que necesita descansar sobre bases sólidas sobre las que crecer y perfeccionarse. Es entonces cuando aparece la verdad como liberadora, como la posibilidad de ver la realidad desde unos ojos que, dentro de la comprensión, ven también el fundamento y pueden mostrarlo y expresarlo con seguridad, propia, como se ha dicho, propia de nuestro conocimiento en lo relativo a las cuestiones éticas.

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