Si le preguntamos a alguien qué
entiende por “verdad”, lo más probable es que conteste que es un concepto
demasiado abstracto que se concreta en cada situación según el punto de vista
con el que se mire. He aquí el problema contra el que tiene que luchar la
filosofía, que, como “amor a la sabiduría”, tiene que defender la búsqueda de
aquello a lo que dicha sabiduría tiende: la verdad.
Puede sonar a ideal el afirmar que
existe una verdad objetiva en cada caso, que es la que se identifica con la
realidad en sí, ya que hay una gran diversidad de culturas y de puntos de vista
sobre cada hecho y tienen que darse por válidas todas las opiniones para no
caer en la intolerancia. Pero hay una salida que ofrece este respeto que se
busca sin caer en el relativismo escéptico: el pluralismo epistemológico, que
consiste en enfocar los problemas y las cosas desde distintas facetas, no para
no llegar una respuesta concreta, sino para unificar todos los ángulos de
visión y poder progresar y aumentar nuestra visión del ser humano y del mundo.
No se trataría entonces de mirar las cosas por un cristal diferente sino de,
por poner un ejemplo, subir a un monte y ver toda la inmensidad de golpe, de
aumentar el campo de visión. Porque es cierto que a veces cuesta subir a esa
montaña y ver las cosas tal como son, pero no por eso hay que negar que existan
ni la montaña ni lo que se ve desde ella.
¿Y cómo aplicar esto a la vida
cotidiana, en la que no hay tiempo ni medios para contemplar la realidad como
es en sí misma?
Como seres humanos y, por tanto,
racionales, tenemos un conocimiento que absorbe aquello que recibe y que aspira
a un saber mayor, que no está tranquilo si se estanca y que necesita apoyarse
sobre una base sólida para saber que camina sobre un puente que no se derrumba.
Este fundamento es la verdad, a la que siempre, queramos o no, se quiere llegar
por estar nuestra racionalidad dirigida a ella. Es por eso que las ciencias han
progresado tanto, ya que siempre buscamos seguridad; de este modo, nos fiamos
de la teoría del Big Bang aunque no hayamos sido nosotros los que la han
estudiado sino unos físicos muy especializados, ¿y por qué? Porque nos produce
tranquilidad el saber cómo se ha formado lo que conocemos. Y como éste, muchos
ejemplos, como en los campos de la medicina, química… todos ellos buscando una
respuesta a la realidad que contemplan, a la que quieren sacar jugo para
formular sus teorías.
Hasta aquí la demostración de que el
ser humano necesita ubicarse y entender aquello que le rodea, pero solamente
hemos hablado del ámbito científico, en el que hay una confianza que descarta
la verdad que más nos incumbe y nos hace ser más personas: la verdad ética. En
efecto, cuando se trata de rebatir en contra o a favor de una acción, no
estamos tan seguros de poder dar una respuesta firme, ya que nos parecen todas
igualmente válidas. ¿Quiénes somos nosotros para decirle a alguien que no tiene
razón? Si alguna vez hemos actuado acorde a esta pregunta es que no hemos
enfocado bien el problema. Significará que hemos entendido a la persona como
algo privado y encerrado en sí mismo, que tiene ideas propias autoformadas y al
que sería una falta de tolerancia corregir, cuando, en realidad, cada día se
demuestra que la persona no puede vivir sin nadie al lado, que no puede estar
en el mundo sin comunicarse con alguien, sin expresar aquello que piensa o
desea. El hombre es, entonces, social por naturaleza, que necesita de los demás
para nutrirse racionalmente, para crecer en aquello que le es propio: en
conocimiento y virtudes, ya ambas
facetas son las que más le distinguen del resto de animales. De este modo,
mediante el diálogo, mediante la comunicación, cada uno expresa lo que tiene
dentro y se nutre de lo que otros aportan, ya que nuestra falibilidad es
patente y no podemos conocerlo todo sobre todo. Y lo mismo ocurre con las
cuestiones referentes a nuestras acciones: necesariamente juzgamos las acciones
propias y ajenas mediante cánones objetivos, y sería impensable que ocurriera lo
contrario, ya que sino sería imposible actuar dos veces del mismo modo, ya que
daría igual si aquello es bueno o malo, o daría igual matar a un inocente, ya
que tampoco se podría decir a ciencia cierta que aquello está mal.
Actuamos, como se ha visto, mediante
juicios, que se adhieren a la verdad de las cosas y no pueden descansar en la
contradicción, en un cambio constante de parecer, ya que dichos juicios son
fruto de nuestro conocimiento, que necesita descansar sobre bases sólidas sobre
las que crecer y perfeccionarse. Es entonces cuando aparece la verdad como
liberadora, como la posibilidad de ver la realidad desde unos ojos que, dentro
de la comprensión, ven también el fundamento y pueden mostrarlo y expresarlo
con seguridad, propia, como se ha dicho, propia de nuestro conocimiento en lo
relativo a las cuestiones éticas.
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