sábado, 12 de abril de 2014

LA INFLUENCIA DEL LENGUAJE



“De lo que no se puede hablar hay que callar”; así lo expresa L. Wittgenstein en su Prólogo al Tractatus Logico- Philosophicus, constituyendo al lenguaje como expresión de los pensamientos y siendo también el origen de los problemas filosóficos, que surgen de no haber entendido esta sentencia y el orden específico del lenguaje en el que se mueven.


El objetivo de este ensayo no es otro que el de demostrar cómo influye el lenguaje en nuestra vida cotidiana, cómo nos invita a pensar de una u otra forma, cómo nos lleva a actuar. Pensemos, por ejemplo, en el lenguaje político o de las revistas de corazón, o de los telediarios, o también, por qué no, el que usamos diariamente en las redes sociales o de mensajería instantánea. El modo en el que la información nos llega nos hace actuar de un determinado modo con una actitud concreta.

En primer lugar, nos encontramos con el lenguaje político como gran influencia en la sociedad gracias al uso que hace de las palabras. A la política, un concepto que le interesa es el de “eufemismo”, que se define, según la Real Academia Española, como “manifestación suave o decorosa de ideas cuya recta y franca expresión sería dura o malsonante”. Mediante los eufemismos, se pretende suavizar la realidad, pero en el lenguaje de los políticos conlleva, por desgracia, encubrir aspectos del mundo en que vivimos y por el que tienen que velar. De este modo, a la crisis se la llama “crecimiento negativo” o “desaceleración transitoria”; a la emigración forzosa de jóvenes en busca de oportunidades, “movilidad exterior”; a los recortes, “reestructuración” y, entre muchos otros, se toma a los ajustes económicos como “medidas de ahorro”. Es sorprendente cómo una única realidad puede ser nombrada con términos que poco tienen que ver con ella. ¿No llama la atención? 

También se podría hablar de la prensa rosa y de cómo ésta tergiversa una misma realidad para darle completamente la vuelta. El lenguaje en este contexto serviría para adornar una noticia que en sí misma no tiene más importancia para llamar la atención del público. Si tal famoso se ha ido a comprar el periódico al quiosco de la esquina no interesa como noticia, pero si, en lugar de decir eso, se describe que esa acción se ha llevado a cabo porque en la cafetería vecina al quiosco le esperaba una antigua novia, esa noticia, sea o no verdadera, ya ha captado la atención y ha logrado, con el lenguaje, una concepción determinada sobre su protagonista. 

Somos altamente influenciables, y eso se ve también, por ejemplo, en los telediarios y periódicos, que, teniendo como misión explicar hechos de manera objetiva, juegan con los términos para encauzar la noticia hacia el lugar que les conviene. De este modo, de aquellas manifestaciones ciudadanas cuya ideología no comparten, dirán que había “algún centenar” cuando en realidad hayan asistido casi un millar de ciudadanos. También se ve en el modo de anunciar una medida política, ya que, según el lenguaje que utilizan, pueden hacer que uno esté a favor o en contra. Y ejemplos así se podrían contar muchos más.

¿Y qué decir de nuestros propios medios de comunicación?  Una palabra, una frase o la ausencia de emoticonos en whatsapp pueden hacer que nuestro estado de ánimo pase de la euforia al desánimo en el momento en que las vemos plasmadas en la pantalla. Cómo un “adiós” escrito sin exclamaciones y sin una carita que lo acompañe no nos causa buena impresión, o un “¡buenos días!” nos hace ver el día con ojos nuevos y empezarlo con una sonrisa. 


El lenguaje, tal y como se ha visto, influye en nuestro modo de ver la realidad, en nuestra forma de enfrentarnos a los hechos. Es por eso por lo que, aunque en ocasiones va bien que se suavicen los términos, éstos siempre tienen que estar referidos a la verdad y no han de pretender encubrirla. Otro ejemplo: si a un empresario que tiene que desenvolverse en esta crisis económica le plantean la situación como “una catástrofe” como “un problema de difícil solución”, a duras penas podrá sobreponerse y buscar una solución. En cambio, si la misma situación se expone como “un reto que conllevará esfuerzo pero valdrá la pena”, será más fácil que provoque una reacción optimista y que se sobreponga a las dificultades. Es una verdad objetiva que perfecciona al agente gracias al lenguaje y no al revés, como muchas veces ocurre en los ámbitos expuestos anteriormente.

Para concluir me gustaría volver a la frase de Wittgenstein: “de lo que no se puede hablar hay que callar”, ya que, en relación con el tema que nos ocupa, podría interpretarse como la exhortación a hablar solamente de aquello referido a la realidad, al mundo que nos rodea, y no andarnos con segundas intenciones si éstas no sirven para perfeccionar al propio sujeto.



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