
el camino y nada más;
Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace el camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.[1]
Cuánta razón
tenía el poeta castellano Antonio Machado cuando escribía estos versos, ya que
refieren a lo más propio del obrar humano: la libertad. La persona humana tiene
el grandísimo don de forjar su camino, de abrirse paso mediante elecciones, de,
como dice el poema, “hacer el camino al andar”, de ser el dueño de su propia
vida y navegar por las direcciones que tome como correctas. Sin embargo, la
libertad demuestra la grandeza del hombre pero también conlleva responsabilidad
y riesgo, por lo que el existencialista J.P Sartre afirmaría que “el hombre
está condenado a ser libre”, viendo en la capacidad de elección una condena a
cadena perpetua.
De este modo,
el hombre va forjando su camino a medida que camina, a medida que se decanta
por una elección, por un camino o atajo que le lleve hasta la meta que
persigue. ¿Y cómo hace eso? ¿Cómo puede proponerse una meta que todavía no ha
alcanzado y cómo sabe qué elecciones tomar para conseguirla? La respuesta es
sencilla: porque el hombre es capaz de trascender a lo material y puramente
instintivo para dejarse llevar por aquellas verdades que los hombres, como dice
Putnam, forjamos mediante la premisa básica de que existe la Verdad, de que
existe algo tan real que es inabarcable a nuestro conocimiento pero sin la cual
sería imposible actuar, ya que no habría elecciones mejores o peores que otras.
La Verdad es entonces la realidad en sí misma, y que, aunque inabarcable en su
totalidad, es aquello a lo que las personas tendemos por instinto natural, que
nos mueve a entender el camino que pisamos y el lugar donde queremos poner
nuestra huella. El hombre la busca para comprenderse mejor a sí mismo y al
mundo que le rodea, no por los beneficios materiales que le pueda aportar sino
por la Verdad en sí misma, por su realización como seres humanos.

Es entonces
cuando aparece la dimensión social del hombre, por la que las personas no se
encuentran solas en su caminar, por la que pueden decidir con ayuda y descargar
aquello que les preocupa o alegra sobre otros hombros. El que el hombre pueda
darse y confiar en otro que no sea él mismo y sea capaz de dar su propia vida
en servicio del prójimo demuestra que la vida humana no tiene que ser solamente
un caminar egoísta hacia las propias metas, sino que dichas metas no se
entienden si no llevan en ellas nombres de familiares, amigos o conocidos y
que, además, la persona sola es muy mala consejera, ya que, como decía José
Luis Sampedro, “la vida es una navegación difícil sin una buena brújula”. De
este modo, el caminante que tiene que formar su camino recibe la ayuda y
lucidez sobre qué camino coger gracias al diálogo, a la comunicación
interpersonal, al intercambio de ideas y pareceres. Es así como se va yendo la
niebla, como se va esclareciendo el horizonte y se pueden dar pasos con la
seguridad de quien se sabe que está actuando de acorde a la realidad, a la
verdad.
Para finalizar,
me gustaría incidir en la grandeza del propio forjar nuestro camino, de la
propia decisión de dónde pisar, de dónde llevar nuestros pasos… hechos que no
serían posibles sin una verdad a la que atenerse, sin una verdad sobre la que
ser juzgados.
Genial Blanca!!! =) =)
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