martes, 8 de abril de 2014

LA VERDAD SE HACE CAMINO



Caminante, son tus huellas
el camino y nada más;
Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace el camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.[1]



Cuánta razón tenía el poeta castellano Antonio Machado cuando escribía estos versos, ya que refieren a lo más propio del obrar humano: la libertad. La persona humana tiene el grandísimo don de forjar su camino, de abrirse paso mediante elecciones, de, como dice el poema, “hacer el camino al andar”, de ser el dueño de su propia vida y navegar por las direcciones que tome como correctas. Sin embargo, la libertad demuestra la grandeza del hombre pero también conlleva responsabilidad y riesgo, por lo que el existencialista J.P Sartre afirmaría que “el hombre está condenado a ser libre”, viendo en la capacidad de elección una condena a cadena perpetua.

De este modo, el hombre va forjando su camino a medida que camina, a medida que se decanta por una elección, por un camino o atajo que le lleve hasta la meta que persigue. ¿Y cómo hace eso? ¿Cómo puede proponerse una meta que todavía no ha alcanzado y cómo sabe qué elecciones tomar para conseguirla? La respuesta es sencilla: porque el hombre es capaz de trascender a lo material y puramente instintivo para dejarse llevar por aquellas verdades que los hombres, como dice Putnam, forjamos mediante la premisa básica de que existe la Verdad, de que existe algo tan real que es inabarcable a nuestro conocimiento pero sin la cual sería imposible actuar, ya que no habría elecciones mejores o peores que otras. La Verdad es entonces la realidad en sí misma, y que, aunque inabarcable en su totalidad, es aquello a lo que las personas tendemos por instinto natural, que nos mueve a entender el camino que pisamos y el lugar donde queremos poner nuestra huella. El hombre la busca para comprenderse mejor a sí mismo y al mundo que le rodea, no por los beneficios materiales que le pueda aportar sino por la Verdad en sí misma, por su realización como seres humanos.

Se ha entendido el camino del que habla Machado como libertad y como una consecuente búsqueda de la verdad, pero quedan todavía dos dimensiones que pueden entenderse a raíz de la metáfora del caminante: la concepción histórica y social del hombre. En cuanto a la primera me gustaría citar a Hilary Putnam cuando dice que “las verdades que los seres humanos han conquistado laboriosamente mediante su pensar son resultado de la historia”, que significa, según Jaime Nubiola, que “la verdad futura depende de nuestra libre actividad, de lo que cada uno contribuyamos a personalmente al crecimiento de la humanidad, al desarrollo y expansión de la verdad”. La verdad queda entonces ligada a nuestra propia experiencia, a algo que ha de experimentar cada persona a lo largo del camino de su vida, mediante sus caídas y victorias, mediante los efectos que sus acciones producen. Pero para ello es necesario un corazón grande y una mente receptiva, capaces de empaparse de todo aquello que les sorprende de la realidad, de aprender de sus errores sabiendo que siempre cabe redirigirse hacia el camino correcto y de mejorar gracias a los demás. 

Es entonces cuando aparece la dimensión social del hombre, por la que las personas no se encuentran solas en su caminar, por la que pueden decidir con ayuda y descargar aquello que les preocupa o alegra sobre otros hombros. El que el hombre pueda darse y confiar en otro que no sea él mismo y sea capaz de dar su propia vida en servicio del prójimo demuestra que la vida humana no tiene que ser solamente un caminar egoísta hacia las propias metas, sino que dichas metas no se entienden si no llevan en ellas nombres de familiares, amigos o conocidos y que, además, la persona sola es muy mala consejera, ya que, como decía José Luis Sampedro, “la vida es una navegación difícil sin una buena brújula”. De este modo, el caminante que tiene que formar su camino recibe la ayuda y lucidez sobre qué camino coger gracias al diálogo, a la comunicación interpersonal, al intercambio de ideas y pareceres. Es así como se va yendo la niebla, como se va esclareciendo el horizonte y se pueden dar pasos con la seguridad de quien se sabe que está actuando de acorde a la realidad, a la verdad.


Para finalizar, me gustaría incidir en la grandeza del propio forjar nuestro camino, de la propia decisión de dónde pisar, de dónde llevar nuestros pasos… hechos que no serían posibles sin una verdad a la que atenerse, sin una verdad sobre la que ser juzgados.




[1] Machado, Antonio “Proverbios y cantares”, XXIX

1 comentario: