“Todo lenguaje es vago”. Así lo
afirma el filósofo Bertrand Russell el año 1923 en el artículo “Vagueness”,
publicado en The Australasian Journal of
Psycology and Philosophy. ¿Qué significa esta afirmación? ¿Se podría decir
que hubiera algo más que fuera vago aparte del lenguaje? ¿Qué implica la
vaguedad en el lenguaje?
Empecemos primero por explicar qué
entendemos por vaguedad para poder
esclarecer el porqué de la vaguedad del lenguaje. Russell entiende que este
fenómeno afecta solamente a la representación, no a las cosas en sí mismas, ya
que éstas son lo que son y no puede haber en ellas ni vaguedad ni precisión. Es
importante recalcar esta diferencia entre la representación de las cosas y las
cosas en sí mismas, ya que, tal y como denuncia Russell en este texto, desde
Kant se ha tendido a confundir el conocimiento y lo que es conocido, por lo que
el objeto se vuelve confuso. El lenguaje entraría en el campo de la
representación y, como tal, y debido al uso simbólico que se hace de él, sería
vago, o lo que es lo mismo, no preciso. Esto significa que no hay una
correspondencia entre un hecho de la realidad y una palabra, ya que ésta se
queda corta al expresar dicho aspecto real. Pongamos un ejemplo: el color rojo
es un concepto vago, ya que su campo de aplicación no está delimitado de manera
exacta: este color admite muchas variaciones y la duda se encuentra en qué
tonalidades decimos que son colores rojos y cuáles no.
Puede entenderse que el filósofo de
Gales interpreta la vaguedad como algo negativo, como una falta de exactitud y
de afinidad entre el lenguaje y el hecho al que éste se refiere. Por eso la
ambición de este lógico fue crear un lenguaje simbólico perfecto que eliminase
toda ambigüedad y se acomodase perfectamente a aquello a lo que se refiere.
Pero se le puede dar, como se dice coloquialmente, la “vuelta a la tortilla” y
ver en la vaguedad del lenguaje su grandeza. ¿Por qué, si no es capaz de
ilustrar fielmente un hecho? Porque si el hombre tiene la capacidad de
representar aquello que se le transmite lingüísticamente y puede pensar en
varias cosas que tengan muchos significados es porque, como defendía Cassirer,
“el hombre es un animal simbólico”, y no ve entonces la realidad sólo como ésta
se muestra sino que sabe ver más en ella, sabe interpretarla, darle un
significado. Russell afirma que la vaguedad del lenguaje se ve plasmada en la
multivocidad, reflejo de la simbología propia de los seres humanos, ya que en
ella se ve que no tenemos un lenguaje natural sino que es propio de nuestra
creatividad, y que cuando alguien dice la palabra “banco”, no estamos
determinados a pensar en uno de sus significados, sino que nos elevamos por
encima del hecho concreto y podemos relacionarlo con otros que compartan el
mismo término. Es mediante la vaguedad por lo que se muestra que el ser humano
interpreta inconscientemente la realidad, que la asume y expresa según su modo
de verla mediante el lenguaje. Si se reflexiona sobre ello, uno llega a la
conclusión de que es algo grandioso que esto sea así, ya que si se diera el
caso contrario, si las palabras tuvieran estricta correspondencia con los
hechos del mundo, si nada fuera interpretable, no habría espacio para el
diálogo, para expresar distintas opiniones, ya que todo remitiría a la realidad
en sí misma y no se podría ir más allá, no podría haber creatividad, o símbolo,
y qué pobre sería todo entonces.
Pero también es importante recalcar
otro aspecto derivado de la vaguedad: la interiorización que cada persona hace
de la realidad. Esto significa que, aunque el lenguaje y su no vinculación
estricta con los hechos muestren la capacidad creativa del ser humano, su
capacidad para ver más allá de la realidad y de estar por encima, la realidad en
sí misma es muy rica y el hombre necesita de ella para perfeccionarse, para
hacerse. Por eso se dice a veces que “una imagen vale más que mil palabras”, ya
que, a veces, lo que queremos expresar es tan grande que las palabras no valen
para describirlo. Pero esta realidad común es asumida y vista de modo diferente
por cada persona, ya que, -por poner un ejemplo- si se expone el cuadro de la Gioconda de Leonardo da Vinci a un grupo
de personas, a cada una le sugerirá una idea diferente, ya sea distancia, frialdad,
cercanía… de manera parecida ocurre con los hechos de la vida cotidiana: ante
un fracaso hay quien se repone en seguida y quien se hunde y no consigue volver
a levantarse. Los hechos son los que son pero nuestra interiorización y
actuación sobre ellos es distinta, tal y como ocurre también con el concepto de
tiempo, que puede ser interno o externo, y la diferencia entre ambos es
colosal. Cuando van pasando los años, la vida se pasa más deprisa, y lo mismo
ocurre con los momentos en los que se disfruta, que el tiempo, aunque
objetivamente es el que es, se pasa tan rápidamente que ni se nota.

Para concluir, queda expuesto que la
vaguedad en el lenguaje nos podría remitir a las dos posturas expuestas: a
reflexionar sobre la capacidad humana de ir más allá de la realidad y de
interpretarla mediante todo conocimiento simbólico (vago en tanto que no es
preciso), y sobre la riqueza de esta realidad, de estos hechos que necesitamos
hacer nuestros para crecer como seres humanos.
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